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Parlamento de Murcia.

Pues hay que remontarse más atrás de lo que ahora llamamos modernidad pero no tanto. Hay que ir a otro momento de «modernidad» que llamamos Renacimiento. Está perfectamente estudiado y datado. Fue en Florencia y lo contó maravillosamente Leonardo Benévolo en los comienzos de su Historia de la arquitectura del Renacimiento, otro libro que me marcó mucho en mi proceso formativo. Las catedrales se construían con el lenguaje intemporal del que habla Alexander, con los gremios, igual que el burgo. Pero en la construcción de la catedral de Florencia se plantearon un problema más ambicioso de lo normal, hacer una cúpula enorme, y a la hora de resolver su construcción el cabildo catedralicio de Florencia se vio en un apuro. Nadie se atrevía a hacerla y se produjeron muchos debates, hasta que a Brunelleschi, un maestro de obra muy inteligente, se le ocurrió una solución genial que le encumbró sobre los demás maestros.

Los gremios dijeron que eso era una locura, que así no se podía hacer, y en ese momento Brunelleschi les echó de la obra y se trajo gente sin especializar de Lombardía. Un insulto en toda regla a los gremios florentinos y al modo colectivo de hacer las cosas. Pudo levantar su cúpula, asombró al mundo y justo ahí, en ese momento, nació el arquitecto. O el arquitecto moderno. El artista. Porque hasta entonces el arquitecto, como dice su etimología, no era más que el primero de los albañiles, y no el artista que domina toda la obra. En ese momento un hombre deja de ser albañil y se hace dios, se eleva infinitamente sobre los demás y aparece así la arquitectura de los artistas. La arquitectura moderna.

En una catedral francesa hay una inscripción en latín que me emociona. Los que la construyeron firmaron así: «Non nobis, Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam». (…) No a nosotros Señor, no a nosotros, sea para tu nombre toda la gloria

El concepto de moda entró también en la arquitectura con la modernidad. Las modas han sustituido a los estilos y los han acelerado. (…) El acero ese, oxidado o corten, es un tic muy extendido en nuestra época, una especie de signo de los tiempos. Quizás una metáfora, porque lo oxidado es lo decrépito. Es como lo de llevar los tejanos rotos. Lo que pasa es que las modas de los materiales suelen ser como grandes oleadas que lo inundan todo de un modo abusivo.

Source: La maldición del ego del arquitectoconversación con Juan Diez del Corral

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